En octubre, coincidiendo con Halloween, se ha realizado el concurso anual de relatos de terror cuyos ganadores fueron descubiertos durante el festival de Navidad. Las ingeniosas escritoras han sido Iris Argüello Dueñas y Jimena Vergara del Pozo han sido las ganadoras de este concurso. A continuación, podemos deleitarnos con los dos relatos ganadores.
TE VIGILO
Leer el periódico en el metro se había convertido en mi mayor pasatiempo de camino al trabajo, hasta que todo cambió aquel lunes.
Las 7:15, dos paradas restantes para llegar a la oficina. Desplazo las piernas unos centímetros abrumada por la cercanía del pasajero de al lado. Con gesto perezoso, voy pasando las hojas del periódico. No recuerdo la última vez que lo leí de principio a fin. La mitad de los titulares no me interesan en absoluto, hasta que una foto en la esquina de la sección de clasificados llama mi atención. Es el primer plano de un rostro, melena rubia y jersey blanco. Por su aspecto se diría que es una mujer joven, y aunque es difícil concretar su edad yo sé cuántos años tiene. Tiene 23. Porque esa mujer soy yo. Preocupada, se lo cuento a los compañeros del trabajo quienes comentan que aunque el parecido físico es extraordinario; seguramente no soy yo.
Al día siguiente, intrigada, voy directamente a esa sección y una nueva foto aparece en el mismo sitio. Está algo más granulada que la anterior; pero no cabe duda de que es una foto mía tomada esa misma mañana, los grandes pendientes que hoy me he puesto así lo demuestran. Al salir del trabajo me dirijo a las oficinas del periódico. Alguien tiene que darme una explicación. Diez minutos más tarde salgo de allí enfadada y frustrada. No me pueden facilitar el nombre del misterioso fotógrafo porque es información confidencial.
Van pasando los días y aunque las fotos aparecen cada vez más borrosas, ese rostro sigue siendo el mío. La incertidumbre hace que, poco a poco, me encuentre más aterrorizada e insegura. Todo el mundo parece seguirme, en el metro todas las miradas se dirigen hacia mí y todos los ruidos consiguen sobresaltarme. No aguanto más esta situación. Tengo que acudir a la policía.
Un día más, y aunque estoy segura de que esto sólo me pondrá más nerviosa, ojeo el periódico de nuevo. Es increíble, mi foto ya no está.; pero la sensación de alivio que recorre mi cuerpo se esfuma cuando, esta vez, la foto aparece en la sección de necrológicas. Es mi esquela. Horrorizada, consigo abrirme paso entre la gente y bajo del metro en la siguiente parada.
El periódico del día siguiente informa, en sucesos locales, de la trágica muerte de una joven fallecida por el impacto de la rama de un árbol a la salida del metro. Dos páginas más adelante, en la sección de clasificados, aparece una nueva foto con un nuevo rostro.
Iris Argüello Dueñas
LUNA DE SANGRE
“¿Dónde habré puesto mi telescopio? Juraría que no lo he movido de su sitio…”, se repetía una y otra vez mientras lanzaba con rabia los viejos cachivaches que poblaban el desván de su casa de adobe. Siempre lo dejaba debajo de la vitrina donde guardaba sus pequeños tesoros: algunos fósiles, huesos de diversas aves, una punta de lanza oxidada y un trozo de piedra que había recogido cuando era pequeño en las montañas del pueblo, creyendo que era un meteorito. Ahora sabía que se trataba de un simple trozo de granito, pero lo guardaba con cariño porque el día que lo encontró descubrió su pasión por la astronomía.
Después de buscar por toda la casa sin encontrar su preciado telescopio, se dirigió al granero, desesperado. Si lo había perdido, no podría observar la luna roja que se vería hoy al anochecer. Se trataba de un eclipse que llevaba mucho tiempo esperando, no podía perdérselo. Numerosas leyendas macabras circulaban en torno a este acontecimiento, pero él no les prestaba la más mínima atención.
“¡Pero quién lo habrá puesto aquí!” Por fin lo encontró, junto a las herramientas del campo: unas hoces, una guadaña… Lo cogió y se apresuró a salir, debía llegar al cerro del Castillo antes del crepúsculo. A pesar de las prisas, se percató de que en la funda del artilugio había unas gotitas de sangre, pero no le dio importancia. Pensó que la persona que lo había cambiado de sitio se habría cortado con la hoz…
Antes de salir del pueblo, tuvo tiempo de parar en la cantina a comprar algo para merendar. Allí estaban los ancianos del pueblo, tomándose la enésima copa de coñac del día.
-¡Pues yo tengo a mis ovejas cerradas en el corral con tres cerrojos! ¡Que a mí esto de la Luna de Sangre me da mucho miedo! Siempre que se pone la luna encarnada me desaparecen cerca de doce corderas. – decía Paco, el pastor, mientras apuraba las últimas gotas de su coñac.
-Cierto es que algo extraño debe ocurrir. Mi tío Saturnino, que en gloria esté, contaba que cada vez que la Luna brillaba así, de color carmín, le mataban los lobos una decena de cabras y las dejaban allí, destripadas, no se las comían ni ná.- apuntó el Custodio, el manco.
-Será que huelen a sangre y se alteran, qué se yo… - intervino Leoncio, el tuerto. – Cuentan que a la pobre niña de la señora Asunción la mataron los lobos… lo cierto es que desapareció una noche de luna roja y nadie supo más de la pobre criatura.
Él estaba guardando unas nueces en el morral y se disponía a salir cuando el señor Custodio lo detuvo:
-¡Oye, chaval! ¿Dónde te crees que vas? ¿Es que no has oído que es peligroso salir hoy? Anda, que a tu pobre madre no le das más que disgustos, guárdate, majo.
-Voy al monte, a ver la Luna de Sangre. Esas historietas suyas no son más que mentiras. Ustedes, como no tienen más inquietudes que sus rebaños y sus copas, no saben ya ni con qué entretenerse.
Salió dando un portazo que hizo chillar los goznes de la puerta.
El camino hacia el cerro fue extraño. No había pájaros y un leve susurro del ramaje lo acompañaba. Era como si algo lo acechase entre las sombras…
Se detuvo en las ruinas del castillo templario que presidía el valle y allí instaló el aparato. Decían también los zafios aldeanos que esos parajes estaban bañados por la sangre de los caballeros medievales y que por eso eran las tierras más fértiles de la comarca. “Bah, cuentos de cuentistas, nada más”
Mientras esperaba al anochecer, cascaba las nueces con una piedra. Solo le acompañaba el canto del cárabo, que resonaba tenebroso entre las ruinas del castillo.
Al fin el sol se escondió en el bosque y el rojizo resplandor de la luna comenzó a surgir. Se alzaba majestuosa, enorme, por encima del cementerio de la aldea. Él la observaba con asombro y la belleza del astro lo dejó maravillado.
De pronto, un gélido escalofrío recorrió su cuerpo. Sintió una mano esquelética, helada, apoyada en su hombro. El calor de la respiración del ser que tenía detrás le humedecía el cuello. Se quedó paralizado por el terror. La mano lo apretó, clavándole los huesos en la carne, y volvió su cuerpo hacia atrás. En las tinieblas, alcanzó a ver a una figura vestida con una túnica blanca que el viento ondeaba, con una cruz roja en el pecho. El ser lo acercaba hacia su cuerpo. Él, volvió la mirada hacia la Luna de Sangre, su luna. Cuando volvió a mirar al ser que lo estaba aprisionando, vio en sus ojos la misma luna de sangre que presidía el firmamento. Una luna que lo atraía y lo hipnotizaba.
“Sabía que vendrías, sabía que no me defraudarías”
Jimena Vergara del Pozo