Sobre el café literario: ¿literatura o vida?
Recuerdo
que, cuando niño, no fueron muchas las ocasiones en que mi padre o mi madre me
podían leer, en aquella edad en que la lectura era fundamentalmente narración,
la aprendí como un placer individual, un acto en soledad, un refugio y así se
forjó el alma de lector que tuve.
Nunca he dejado de preguntarme cómo fue para otros
niños leer en compañía o compartir la huella pulsante, la impresión vívida de
lo leído, su espíritu en otros y con otros. Quizás las aventuras eran más
intensas, los personajes más fieros y aguerridos o dulces y sabios, los colores
otros, las vidas distintas…
¿Sería la lectura un acto social o un monólogo del
lector?
Al entrar al centro en este curso he tenido la
ocasión de participar del café literario, actividad social, extra-académica,
que se realiza un viernes de cada mes en la segunda hora lectiva y encontré
algunas respuestas así como algunas preguntas.
Por de pronto, el café literario ofrece la
posibilidad de participar en el latido social del centro, la comunicación con
las familias, la inclusión de la comunidad en el decurso educativo que se hace
patente en la asistencia de nuestras valerosas
(y valiosas, sin duda) lectoras y lectores.
¿Qué sería de la educación si se mostrara
verdaderamente como un acto social, colectivo, algo que implica la tribu en su
más primitivo sentido?, ¿qué de nuestros alumnos si pudieran ver a sus padres
en la tarea de luchar con un texto, enfangarse con el autor y sus ideas para
aclarar significados y seguir adelante en el aprendizaje?
El café en sí transcurre entre risas y comentarios,
se elige un libro, se toma café (claro), pero también té, se establece una
fecha y un día y así escuchas las opiniones, interpretaciones, impresiones,
lecturas en fin de los otros así como ellos son “castigados” con las tuyas.
Sucede entonces la magia: el libro, la novela, el
ensayo, se multiplica, refleja en distintos espejos y converge, henchido de
significados, en el centro de la mesa que sostiene el café.
Ya la lectura no es una, son cuantos/as asistimos,
el libro se hace libros y, transfigura el acto de leer en el de escribir las
propias identidades, vidas, pensamientos y emociones de los reunidos.
¡Qué maravilla!, el café literario permite vivir
historias ajenas: a una compañera no le ha gustado “es triste”, dice, “la vida
ya es triste en sí, a qué más por capricho”; otra ha encontrado una belleza
desconocida, la mutación del dolor en poesía; otro, en fin, ilustra sobre su
valía literaria, su complejidad, el magisterio que ejerce y todos aprendemos.
Así las cosas, no he leído libros, he leído vidas,
no han sido ocho sino ochenta mis lecturas, no sé aún si leer es un acto
social, de la tribu o solitario, quizá ambas a la vez y ninguna, tal es su
fuerza.
Sé una cosa, al menos, mi elección es el café, para
la próxima será que nos encontremos. Allí esperamos prestos a compartir.
Sed bienvenidos.
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