jueves, 23 de mayo de 2019

EL CAFÉ LITERARIO EN EL IES. JORGE GUILLÉN


                                    Sobre el café literario: ¿literatura o vida?

   Recuerdo que, cuando niño, no fueron muchas las ocasiones en que mi padre o mi madre me podían leer, en aquella edad en que la lectura era fundamentalmente narración, la aprendí como un placer individual, un acto en soledad, un refugio y así se forjó el alma de lector que tuve.

Nunca he dejado de preguntarme cómo fue para otros niños leer en compañía o compartir la huella pulsante, la impresión vívida de lo leído, su espíritu en otros y con otros. Quizás las aventuras eran más intensas, los personajes más fieros y aguerridos o dulces y sabios, los colores otros, las vidas distintas…
¿Sería la lectura un acto social o un monólogo del lector?

Al entrar al centro en este curso he tenido la ocasión de participar del café literario, actividad social, extra-académica, que se realiza un viernes de cada mes en la segunda hora lectiva y encontré algunas respuestas así como algunas preguntas.
Por de pronto, el café literario ofrece la posibilidad de participar en el latido social del centro, la comunicación con las familias, la inclusión de la comunidad en el decurso educativo que se hace patente en la asistencia de nuestras valerosas  (y valiosas, sin duda) lectoras y lectores.

¿Qué sería de la educación si se mostrara verdaderamente como un acto social, colectivo, algo que implica la tribu en su más primitivo sentido?, ¿qué de nuestros alumnos si pudieran ver a sus padres en la tarea de luchar con un texto, enfangarse con el autor y sus ideas para aclarar significados y seguir adelante en el aprendizaje?

El café en sí transcurre entre risas y comentarios, se elige un libro, se toma café (claro), pero también té, se establece una fecha y un día y así escuchas las opiniones, interpretaciones, impresiones, lecturas en fin de los otros así como ellos son “castigados” con las tuyas.

Sucede entonces la magia: el libro, la novela, el ensayo, se multiplica, refleja en distintos espejos y converge, henchido de significados, en el centro de la mesa que sostiene el café.
Ya la lectura no es una, son cuantos/as asistimos, el libro se hace libros y, transfigura el acto de leer en el de escribir las propias identidades, vidas, pensamientos y emociones de los reunidos.
¡Qué maravilla!, el café literario permite vivir historias ajenas: a una compañera no le ha gustado “es triste”, dice, “la vida ya es triste en sí, a qué más por capricho”; otra ha encontrado una belleza desconocida, la mutación del dolor en poesía; otro, en fin, ilustra sobre su valía literaria, su complejidad, el magisterio que ejerce y todos aprendemos.

Así las cosas, no he leído libros, he leído vidas, no han sido ocho sino ochenta mis lecturas, no sé aún si leer es un acto social, de la tribu o solitario, quizá ambas a la vez y ninguna, tal es su fuerza.
Sé una cosa, al menos, mi elección es el café, para la próxima será que nos encontremos. Allí esperamos prestos a compartir.
Sed bienvenidos.

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